El Gobierno del presidente Duque anunció hace unos meses el crecimiento del  presupuesto destinado para la Educación, llegando a 44,1 billones de pesos para el 2019, un presupuesto que según el gobierno, permitirá honrar los compromisos con la Mesa de Diálogo para la Construcción de Acuerdos para la Educación Superior Pública en materia de recursos de funcionamiento, inversión, pasivos, así como los acuerdos con las organizaciones sindicales de maestros (Fecode) que incluyen la bonificación docente; cierre de brechas salariales; evaluación con carácter diagnóstico formativa; mayores oportunidades de formación posgradual, continuada y situada, entre otros.​

En un escenario ideal, todos deberíamos estar celebrando este tipo de iniciativas si no fuera por algunas particularidades y claridades frente al camino que está recorriendo Colombia en materia Educativa.

En primera medida, invertir más y más recursos en un modelo educativo ortodoxo, sin visión, improvisado y que no impacta en la calidad de la educación como objetivo principal es igual que invertir, financieramente hablando, en proyectos que no generan ninguna rentabilidad a largo plazo y mas bien si, se convierten en un gasto, inviables e insostenibles, la diferencia aquí es que estamos hablando de beneficios sociales, estamos hablando de aumento de la inequidad, de la disminución de oportunidades y del retraso constante de nuestra sociedad en materia de capital social.

Se sigue manteniendo un modelo miope basado en cifras de cobertura exclusivamente, en donde lo que importa al final es, en cuántos niños y niñas se invirtieron estos recursos y no, si esta inversión genera un mejoramiento de la calidad de vida de cada uno de ellos y si por consiguiente, si hay una evolución de nosotros como sociedad educada, como sociedad formada, como sociedad basada en el conocimiento.

Para no ir tan lejos en la argumentación de esta posición, tenemos los más recientes resultados de las pruebas PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes), en dónde le dejan a Colombia un balance muy preocupante no solo porque fue uno de los países que retrocedió frente a las mediciones del 2015, sino porque ratificó la ausencia de una política pública educativa a largo plazo, la falta de voluntad de los gobiernos de turno para ver a la educación como una prioridad de estado y el criterio absolutamente mercantilista con el que se mide la inversión en educación del modelo actual.

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Estos resultados nos dejan unas preocupaciones muy profundas, si bien es cierto todos los indicadores son deficientes a pesar de haber subido 1 punto en matemáticas, la medición de lectura es particularmente preocupante, como lo explica muy bien el profesor Julián de Zubiría en una de sus columnas: «… La mitad de los estudiantes de grado noveno no pueden inferir una sola idea de un pequeño párrafo escrito; es decir, leen como si tuvieran 7 años: de manera fragmentaria.» Las consecuencias de esta variable infieren que la inequidad tiende a aumentar, así como el subdesarrollo y en consecuencia la disfunción de nuestra sociedad.

Ahora bien, si estas cifras son el resultado de los esfuerzos realizados para mejorar la calidad de la educación, qué motivación hay para todos aquellos niños y jóvenes que aún ni siquiera tienen oportunidad de acceder a procesos educativos? Para qué enfocarse netamente en cobertura si el modelo educativo nos sigue destinando al subdesarrollo, al conformismo y al truncamiento de las capacidades y fortalezas individuales y a la pérdida de talentos? Todo esto sin profundizar en el contexto de nuestra ciudadanía rural, que es a mi modo de ver en dónde mas esfuerzos deben enfocarse en materia de desarrollo social, en donde más potencialidades y oportunidades tenemos para aportar al desarrollo del país y en donde cada vez menos interés hay de los diferentes actores que inciden en el desarrollo de políticas públicas sobre esta materia.

Claramente no es un problema de presupuesto ni de un plan a seguir, de hecho el plan ya existe, se llama Plan Decenal de educación 2017-2026; un plan en donde se aseguró la participación de los diferentes sectores de la sociedad que inciden en materia educativa; el problema es una falta evidente de voluntad política, un exceso de soberbia por construir sobre lo construido, una agenda para seguir manteniendo manera calculada el interés público en otros sectores que concentran más poder a ciertos grupos políticos y sociales en una especie de Status Quo, en dónde su mayor amenaza es una sociedad educada, con conocimiento, una sociedad crítica y argumentativa que desarrolle las regiones de acuerdo a sus vocaciones, que defienda los territorios y su medio ambiente, que anteponga sobretodo el respeto a toda forma de vida, pero también, que rechace cualquier forma de expresión de la corrupción, que elija y le exija con conciencia y argumentos sólidos a sus dirigentes, pero también que mejore su calidad de vida sin depender de la burocracia  de las administraciones, que emprenda, que evolucione, que tenga acceso a la información, ciencia y se apropie de las nuevas tecnologías, que desarrolle sus capacidades de innovación y que aporte al desarrollo del país con motivación, con alegría y con felicidad, esa felicidad que solo dá el creer y sentir que realmente las próximas generaciones tendrán un mejor futuro.

Por eso estoy convencido que el camino, es la educación.

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Perfil

Cuento con más de 20 años de experiencia en gestión de proyectos en los sectores público y privado. He trabajado como consultor en temas relacionados con tecnologías de la información en entidades como el IICA, el Ministerio de Agricultura, el INCODER, el IDIPRON y en empresas privadas relacionadas con desarrollo de software y emprendimientos tecnológicos en el ámbito nacional.

La política llegó a mi vida en el 2008, cuando conocí al profesor Antanas Mockus, quien me inspiró a crear nuevas narrativas para la construcción de país a través de la cultura y el compromiso social. Aprendí que para hacer política se necesita voluntad, trabajo y una pasión constante por transformar la realidad, empezando siempre por pequeños detalles.

Soy alérgico a la demagogia, los chismes y la envidia. Sueño con un mínimo vital de acceso a internet para todos los hogares del país y con un Estado funcional, independiente de los gobiernos, conectado, transparente y cercano a la ciudadanía.